A pesar del avance de la iluminación eléctrica, las velas siguen ocupando un papel importante en la construcción de ambientes. Con ellas se logra crear atmósferas íntimas y mágicas. Decoramos las casas con velas en navidad o las prendemos para iluminar la mesa de una cena romántica. Las velas siguen siendo una opción interesante de explotar en la decoración de hogares, restaurantes y locales de ocio para crear un ambiente único.
Durante siglos, el hombre se ha iluminado por la noche con una vela colocada sobre un candelabro o alguna especie de soporte. Podía cogerla con la mano y moverse por la casa a oscuras esquivando los obstáculos. A la luz de las velas se leían los libros por la noche. Los escritores plasmaban sus pensamientos en papeles y pergaminos bajo la llama zigzagueante de una vela. Dicen que los alquimistas, los antiguos químicos, intentaban descubrir la piedra filosofal, aquella que permitiría transformar cualquier metal en oro, alumbrados por candiles y velas, en una actividad clandestina.
Es ese carácter íntimo, privado, que infunden estos cilindros de cera lo que ha perdurado hasta la actualidad. Tal es el caso, que ha dado lugar a vocablos para definir momentos personales de acceso restringido. La velada es la reunión de los amantes. El momento en el que se encuentran los dos solos alejados del resto del mundo. Las veladas poéticas son eventos privados en la que los poetas comparten sus creaciones con aquellos que han sido elegidos. Una comunión, que no es otra cosa que compartir los sentimientos más profundos.
Para Mas Roses, un fabricante artesanal de velas de cera, las velas están asociadas a los momentos especiales que viven aquellos que las utilizan. Estos son algunos de los ambientes que se pueden crear con ellas.
Romántico.
A principios del siglo XIX, Europa se encuentra asolada por las guerras napoleónicas. Francia pretende uniformar todo el continente bajo los principios, valores y organización política de la revolución francesa. Lo que ellos opinaban que era el modelo social más avanzado de la historia. Es el primer intento de globalización y de uniformidad de la edad contemporánea. La respuesta es la aparición de un movimiento cultural y artístico llamado romanticismo. Una exhortación de la individualidad y de la diferencia.
En esa época se reivindica la historia de cada país, sus señas de identidad, lo que les hace diferentes al resto. Se recopilan leyendas que se pierden en los albores del tiempo, como hacía Gustavo Adolfo Bécquer. Viajeros recorren el mundo para encontrar historias inauditas, como Washington Irving cuando escribió “Cuentos de la Alhambra”, y otros, se remontan a épocas anteriores y narran relatos de piratas en islas desiertas, como Robert L. Stevenson en “La isla del tesoro”.
Una práctica se hace popular en todo el mundo: las cenas íntimas. En una mesa de comedor repleta de viandas y dos copas de vino, los amantes se sientan a comer, uno en cada extremo de la mesa.
Solo están alumbrados por dos candelabros, colocados de forma equidistante. Una iluminación tenue que les permite ver el plato del que se van a servir y el rostro de su amado. Esa atmósfera recogida da pie a expresar sus sentimientos. El comienzo de una sesión en la que no hay prisa y que no se sabe ni cuando, ni cómo terminará.
Rituales como este han propiciado que asociemos cualquier manifestación de amor con este movimiento cultural, el romanticismo.
Hoy en día, seguimos concibiendo una cena a la luz de las velas entre dos personas que se aman como una experiencia mágica. Un momento que permite descubrir el lado más profundo de la otra persona. Un punto de partida para la explosión de los sentimientos y los sentidos.
Algunos restaurantes especializados en cenas románticas, mantienen su comedor con una iluminación baja y encienden en cada mesa una vela. Aunque estén varias parejas comiendo en la misma sala, la vela aporta una sensación de intimidad. Los comensales solo ven el rostro de su acompañante. El resto de personas, ante sus ojos, son como sombras que se difuminan por la sala.
Para acentuar la magia, a veces un músico toca una bonita canción de amor moviéndose entre las mesas. Como si solo la tocara para una pareja en concreto. Para una mesa determinada. Esto aumenta la intimidad.
Tradicional.
Cada noche del 7 de diciembre, los comedores de todas las casas de Colombia se alumbran con velas. Las familias se reúnen para degustar comidas típicas de las fechas como buñuelos y natillas. Es el “Día de la Velitas”. Una tradición que según El País se remonta a 1854.
Es la víspera del día de La Inmaculada Concepción, pero sobre todo, para los colombianos, marca el inicio del mes de la navidad. Un mes que se caracteriza por la reunión de toda la familia. Con el tiempo los hijos se han independizado, algunos han tenido que emigrar a otras ciudades y otros países. En este mes todos se reencuentran en la casa de la madre, el lugar en el que crecieron de niños y donde comenzó su vida.
En el hemisferio sur, durante esas fechas es verano. En Colombia, diciembre viene a ser como para nosotros agosto, el mes en el que se cogen las vacaciones. Los colombianos, un pueblo muy familiar, lo aprovechan para reunirse con sus padres y hermanos. El Día de las Velitas marca el inicio de ese mes tan especial, que terminará 30 días más tarde con el día de reyes.
En algunas partes de este país se cierran las calles y se iluminan los barrios. En las puertas de muchas casas se encienden faroles indicando que en su interior se ha alumbrado la casa con velas. Algunas personas visitan a sus vecinos y se deleitan con la iluminación que han preparado en el interior. En ciudades como Cali, es la noche en la que se inaugura la iluminación navideña.
Las velas están incorporadas en la decoración de navidad de todo el mundo. Adornamos la mesa del comedor con un bonito centro de mesa que suele incluir velas rojas o blancas. Como la corona de adviento, que contiene 4 velas rodeadas de pétalos rojos y hojas de helecho.
La luz de las velas se compenetra con la de la iluminación de las tiras de leds que rodean los árboles de navidad, aportando una luz más íntima y acogedora. Con frecuencia le atribuimos un significado, que va más allá del simple valor estético. Abre caminos y marca la iluminación del nuevo año que está por venir.
Exótico.
A las velas siempre le hemos atribuido un valor mágico, exótico, e incluso, paranormal. Un elemento que nos traslada a una realidad y una cultura diferente a la que vivimos habitualmente. Forma parte de su atractivo.
En la India se celebra cada año la fiesta del Diwali, el triunfo de la luz sobre la oscuridad. Cinco días de celebración que marcan el nuevo año lunar, y que coinciden con el nacimiento de la luna nueva de octubre o noviembre.
Es una tradición que se extiende por todo el país y que comparten personas de diferente credo religioso: hinduistas, budistas y musulmanes. En esos días se prenden velas por las calles, se depositan candiles flotantes sobre los ríos y se alumbran con velas el interior de las casas.
El “Festival de las luces” conmemora la victoria del dios Rama sobre el demonio Ravana. En algunas zonas del país se realizan ofrendas a la diosa Lakshmi, diosa de la prosperidad, y a la diosa Ganesha, que elimina los obstáculos.
Dice la tradición hindú, que Laksmi se creó a partir de la agitación del océano el día de Diwali. Desde entonces, cada año durante la semana de su cumpleaños, la diosa visita la casa de todos sus fieles entregándoles fortuna y prosperidad. Acude primero las casas que están limpias y bien iluminadas. Por eso los hindús marcan el camino a sus viviendas con velas repartidas por la calle que conducen hasta su puerta. Las velas las prenden al caer la tarde y las apagan con las primeras luces del día.
Cuanto más bonito y colorido es el diseño de velas, más llama la atención de la diosa. Lo que propicia una sana competencia que llena las calles de luz y de color.
Para los budistas, las velas ayudan a la meditación y abren caminos. Para los musulmanes representan la esperanza. Aunque las velas se consuman, siempre habrá alguien que encienda otra vela en otro lugar.
Una forma interesante de decorar los ambientes es aportándole un aíre étnico oriental. Con ello damos un toque exótico y espiritual a la estancia. Podemos decorar una habitación con pañuelos colgados en la pared con mandalas impresas de vivos colores, dejar encendidos inciensos y velas marcando un centro neurálgico en la sala. Seamos más seguidores o no de esta cultura, creamos un espacio relajante que nos permite desconectar de la rutina diaria y eliminar tensiones. Una especie de reposo del guerrero.
Las velas tienen la ventaja de crear ambientes sugerentes que nos hacen sentirnos bien, conectar nuestro lado más íntimo y relajarnos hasta la extenuación.